22 octubre, 2024

Adiós a las malas digestiones: estos ejercicios pueden mejorar la digestión


Los beneficios para la salud de hacer ejercicio físico son innumerables. Entre otros muchos, el ejercicio físico reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, de hipertensión, de diferentes tipos de cáncer (como el colon), y diabetes, pero además, ayuda al control de peso, a evitar la obesidad, fortalece los huesos y músculos aumentando la densidad ósea y nuestra capacidad de hacer esfuerzos sin fatiga. Pero no sólo eso, sino que el ejercicio físico también nos puede ayudar a mejorar nuestra salud intestinal, combatir el estreñimiento y mejorar las digestiones pesadas. Eso sí, hay que saber elegir el ejercicio o el entrenamiento correcto. 
Como explica a CuídatePlus Julio de la Morena Garzón, especialista en Medicina de la Educación Física y el Deporte de la Unidad de Medicina del Deporte del Hospital Universitario Sanitas la Moraleja, el ejercicio físico resulta beneficioso para el aparato digestivo porque:
 
El deporte aumenta el metabolismo y acelera el proceso digestivo, evitando la sensación de pesadez y reduciendo el riesgo de estreñimiento.
 
Favorece el tránsito intestinal, regula los hábitos de evacuación y previene el estreñimiento, la diverticulosis y disminuye el riesgo de sufrir cáncer de colon.
 
Reduce el estrés y los síntomas digestivos asociados a éste. Favorece a las personas con síndrome de colon irritable o gastritis.
 
Mejora el control del apetito al provocar cambios hormonales, por lo que ayuda a evitar ingestas copiosas que generan molestias gastrointestinales.

Digestión y ejercicio físico

En cuanto a cuál es el mejor deporte o ejercicio para evitar las digestiones pesadas, los expertos recomiendan elegir aquellos que sean de intensidad moderada. Si sufres molestias digestivas, puedes aliviarlas con deportes de intensidad moderada como caminar, natación, ciclismo, yoga o pilates y evitar los deportes de impacto o de alta intensidad. 
Una rutina de ejercicios que se pueden hacer para mejorar la digestión será aquella que incluya la movilidad de la zona abdominal. Esto pondrá en funcionamiento la musculatura del vientre. Junto con los abdominales, se puede incluir estos otros ejercicios:
Sentados, con las piernas extendidas al frente, la espalda recta y las manos a apoyadas en el suelo, se rota la cadera de un lado al otro, lo máximo posible, durante 30 segundos.
 
Desde la misma posición, se despega el glúteo del suelo y se ejecuta la rotación de cadera, con el cuerpo en el aire para que el esfuerzo para los músculos del abdomen sea mayor. Se debe intentar realizar el movimiento durante 30 segundos.
 
Sentados, con las piernas en “v” separadas tanto como sea posible, se inclina el cuerpo hacia delante con los brazos extendidos hasta tocar uno de los pies. Se aguanta la postura cinco segundos y se cambia de lado. Se repetirá el ejercicio 10 veces con cada pierna.

Hacer ejercicio justo después de comer

Andar suavemente, por ejemplo, es una buena forma de mejorar la digestión y uno de los pocos ejercicios que se pueden hacer justo después de comer. En cuanto al resto de entrenamientos (natación, yoga, pilates…) ¿es bueno realizarlo mientras hacemos la digestión? La digestión es un proceso que requiere de un gran aporte sanguíneo que se concentra en el aparato digestivo. “A la hora de realizar cualquier tipo de actividad física, deber ser conscientes de que nuestro organismo requerirá un mayor aporte energético”, comenta  de la Morena Garzón, y explica que es entonces cuando se produce una competición por el aporte sanguíneo entre el sistema muscular y digestivo.
Una vez que hemos introducido en el organismo la comida y tras haber sufrido una trituración con la adecuada adición de las enzimas salivares, “los alimentos llegarán al estómago y al intestino delgado para seguir siendo objeto de transformaciones que les permitan atravesar la pared intestinal y ser transportados por la sangre”. informa Kepa Lizárraga, experto en Medicina de la Educación Física y el Deporte. Si la ingesta ha sido copiosa, “el aparato digestivo precisará un gran riego sanguíneo para realizar ese proceso de digestión, con lo que se notará un menor aporte a otros órganos”. Esto, explica, “puede explicar el motivo de ese adormecimiento o que nos envuelve tras la comida, y es que incluso el cerebro recibirá algo menos riego mientras estamos haciendo una digestión pesada”. 
A todo esto hay que añadir que “el ejercicio físico hace que los músculos, cuando están activos, reclamen más cantidad de oxígeno y nutrientes que cuando están en reposo, para compensar así su gasto lo ques es posible gracias a que el corazón aumenta su ritmo de latidos, así como la cantidad de sangre que lanza en cada uno de ellos, suministrando de tal forma el “combustible” extra requerido por los músculos que trabajan”. Por tanto, “tras una alimentación copiosa, una gran cantidad de sangre deberá acudir hacía el aparato digestivo y durante el esfuerzo físico intenso, otro tanto ocurrirá con los músculos”. 
En base a esto, y sabiendo que el ser humano adulto viene a tener unos 5 litros de sangre, por término medio, ¿qué ocurriría si, en medio del proceso de digestión, intentamos mantener un ejercicio intenso? La respuesta es que “ninguno de los dos procesos ni la absorción de alimentos y ni el rendimiento físico, llegará a producirse en buenas condiciones, corriendo el riesgo, incluso, de reacciones muy poco agradables, como los cortes de digestión, con todo su acompañamiento de náuseas, vómitos, lipotimias, etc”, explica en detalle.
Y es que, “tanto el aparato digestivo como los músculos disputarán para lograr atraer hacía sí una buena parte de esos 5 litros de sangre, y el resultado del reparto, en la mayoría de las ocasiones, no será suficiente para ninguno de los dos”. Para evitar esto, su recomendación es que “entre una comida importante y el esfuerzo intenso respetemos un tiempo de entre 2 y 3 horas, periodo que, en una vida tan agitada como la actual, pudiera suponer la imposibilidad de hacer algo de ejercicio”.
Entonces ¿cómo se puede resolver? “Una de las formas sería la de suavizar ambas necesidades; es decir, comer en cantidad moderada y alimentos de sencilla digestión cuando pensemos salir casi seguido a hacer algo, y reducir la intensidad del esfuerzo para que las necesidades de riego de los músculos puedan ser atendidas con menor aporte de sangre”. De esta forma, “con moderación, podremos satisfacer sin demoras esas dos necesidades básicas de nuestro organismo: la alimentación y el ejercicio”. 

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