La Sociedad Española de Neurología (SEN) denomina ictus a un trastorno brusco de la circulación cerebral, que altera la función de una determinada región del cerebro. Su presentación es brusca y es más frecuente en personas mayores, aunque también puede producirse en jóvenes.
La causa puede ser una disminución importante del flujo sanguíneo que recibe una parte de nuestro cerebro o una hemorragia originada por la rotura de un vaso cerebral. En el primer caso, hablamos de ictus isquémicos, que son los más frecuentes (hasta el 85% del total, y su consecuencia final es el infarto cerebral, una situación irreversible. La segunda situación se refiere a los ictus hemorrágicos, que son menos frecuentes pero su mortalidad es mayor; la contrapartida es que los supervivientes suelen presentar, a medio plazo, secuelas menos graves.
Los datos de prevalencia e incidencia no dejan lugar a dudas sobre el impacto del ictus tanto en los pacientes y sus familias como en el sistema sanitario y el conjunto de la sociedad. Es la segunda causa de muerte en nuestro país y la primera de discapacidad en el adulto, por encima de los accidentes de tráfico. Tal y como destaca Carlos Tejero, portavoz de la SEN, uno de cada cuatro españoles va a sufrir un ictus a lo largo de su vida. “El ictus es una enfermedad muy frecuente y de consecuencias devastadoras, así que es esencial prevenir”, insiste Manuel Yáñez, responsable de la Unidad de Ictus del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela (CHUS).
Factores de riesgo
Para prevenir es importante conocer los factores de riesgo que deterioran nuestra salud vascular. “Hay algunos que no son modificables, como la edad, pero otros sí, y es aquí donde tenemos que poner todo el esfuerzo que se pueda”, significa Esther Duarte, directora de la Fundación Ictus y jefa de servicio emérita de Rehabilitación en el Hospital del Mar de Barcelona.
De los modificables, el más importante es la hipertensión arterial, según Manuel Yáñez: “Aumenta por cinco el riesgo de sufrir un ictus y es muy prevenible, aunque no da síntomas. De ahí, la importancia de medirla periódicamente”.
Junto a una tensión arterial alta, están otras circunstancias clínicas que siempre se ligan a todas las enfermedades de índole vascular: diabetes, dislipemia (concentración elevada de colesterol y triglicéridos), fumar, el abuso del alcohol, el consumo de estimulantes, el sedentarismo y el estrés.
Sin embargo, Carlos Tejero señala otras variables asociadas a esta enfermedad que debemos tener en cuenta: “El ictus es como una plaza a la que se llega por muchas calles. Una es la que conforman esos factores de riesgo de las patologías vasculares, pero otra muy importante son las arritmias cardíacas, que incrementan por cinco el riesgo de ictus y entre el 20%-25% de estos accidentes cerebrovasculares se asocian a arritmias”.
La explicación es que la arritmia impide una contracción efectiva del corazón, lo que deriva en sangre remansada en este órgano y en la formación del coágulo, que si sale del corazón, puede provocar el ictus. En este punto, Manuel Yáñez vuelve a poner énfasis en el diagnóstico porque las arritmias pueden tratarse. Las palpitaciones y taquicardias son los síntomas más habituales.
Asimismo, existen causas congénitas por una mala formación del corazón y los vasos sanguíneos, lo que provoca que el ictus aparezca a edad juvenil, o alteraciones congénitas de la coagulación, que sumado a circunstancias concretas como el embarazo, puede desencadenar este accidente cerebrovascular.
No obstante, los ictus que obedecen a los factores de riesgo de enfermedad vascular y a las arritmias, son el 80%.
Rutina
A la hora de recomendar una rutina o hábitos diarios que contribuyan a una prevención eficaz, el portavoz de la SEN comienza por destacar la repercusión que tiene dormir bien: “Hay que cuidar la higiene del sueño, que el sueño sea reparador, porque afecta a la tensión y a la diabetes, y evita arritmias”.
Para el experto, no hay una dieta mágica, pero hay que seguir un patrón alimentario variado, no recurrir siempre a los mismos alimentos, no abusar de grasas y sales, y consumir alimentos frescos de manera habitual y procesados de forma muy ocasional. El ejercicio físico, “todo el que se pueda”, no solo tener una rutina diaria que se adapte a cada persona, sino incorporar el movimiento a la vida cotidiana: “Subir escaleras en lugar de coger el ascensor, ir andando al trabajo en lugar de coger el coche…”.
Combinar las actividades al aire libre con las actividades en grupo es otro de sus consejos. “Hay que huir de la comodidad del sofá y pasar tiempo fuera. Por otro lado, el contacto con otras personas y estímulos ayuda a que la sangre pase por todas las partes del cerebro”.
Además de evitar el tabaco y el abuso del alcohol, debemos rehuir de los estimulantes porque se relacionan con las posibilidades de sufrir una arritmia: “No quiero decir que no se pueda tomar un café, pero no diez. Si alguien tiene que tomar muchos cafés, seguramente es que su sueño no es reparador y tiene que ponerle remedio”.
Factores de riesgo que no dan la cara
El responsable de la Unidad de Ictus del CHUS hace hincapié en que, a partir de los 40-45 años, adoptemos la costumbre de hacerlos controles y analíticas periódicas: “Muchos factores de riesgo no dan la cara, hay que buscarlos y tratarlos”. Y subraya la importancia de que no se sumen factores de riesgo: “Porque aumenta mucho más el riesgo de ictus. Hay que minimizar lo máximo posible”.
Cuando alude a la alimentación, Manuel Yáñez recomienda la dieta mediterránea, y sobre el ejercicio físico, destaca que tiene que ser regular y moderado, dedicarle unos 30-40 minutos cada día.
Desde la Fundación Ictus sugieren programas de ejercicio mixto, que combinen el trabajo aeróbico con una rutina de fuerza, aunque su directora coincide en que lo primordial es la regularidad.
Esther Duarte introduce un elemento más en la rutina preventiva, que es tomarse el pulso, que debe ser regular. En relación al estrés, reconoce que es un factor que muchas veces es poco modificable, así que lo mejor es intentar compensarlo utilizando prácticas de relajación, escuchando música o leyendo.
Prevención secundaria
Duarte recuerda que en las personas que han sufrido un evento cardiovascular o cerebrovascular, hay que establecer una prevención secundaria con una serie de normas que son más estrictas que para la población general: los niveles de colesterol y tensión arterial han de ser más bajos y la actividad física es fundamental: “El ejercicio cada día es igual de importante que tomar la pastilla”.
Para estas personas se recomienda una hora al día de actividad física, aunque se puede adaptar y es un tiempo que se puede fragmentar. En este sentido, la directora de la Fundación Ictus aconseja acudir a las asociaciones de pacientes porque disponen de programas eficaces. “Es esencial que estos pacientes mantengan la alerta, que no bajen la guardia y sean constantes con la prevención”, sentencia.