El agua llama al agua. La lluvia en Semana Santa lleva a las lágrimas de los cofrades. Una imagen típica que deja el mal tiempo en esta celebración son los lloros desconsolados de los más fieles penitentes en algunas regiones de España. El motivo: que la cofradía no pueda salir a la calle. Emociones tan intensas llaman la atención a los que no viven tan de cerca esta tradición. Sin embargo, se trata de un ejemplo más de cómo un evento compartido, como también es el caso del fútbol, apelan a lo mismo; esto es, sentirnos océano cuando, en realidad, apenas pasamos de ser una simple gota.
“Las personas tenemos anhelos, necesidad de pertenencia y de que las cosas sigan un cierto orden, que sean predecibles. Tenemos expectativas y cuando son compartidas, son mucho más grandes”, explica a CuídatePlus el psicoterapeuta Raúl Padilla. En este sentido, continúa el experto, “cuando podemos tener un objetivo en común, unas creencias que nos unen y que nos definen como parte de un grupo, estas hacen que la emoción se multiplique”.
Una idea que Padilla resume en un dicho: “Las penas se dividen y las alegrías se multiplican si son compartidas”. Las cofradías son un rito común que se realiza de forma voluntaria y consciente. “Aparte, tienen una fecha y una simbología sobre la que volcamos unas expectativas”, insiste. Si estas no se cumplen, aparece la frustración.
“Haciendo el paralelismo con el fútbol, es como cuando un equipo baja a segunda. Es la dimensión de vivir un fenómeno colectivo como una proyección de la identidad individual”, afirma el psicoterapeuta.
Una procesión de Semana Santa sale a la calle a pesar de la lluvia. (Foto: Shutterstock)
¿Hasta qué punto influye el sentimiento religioso?
Como apunta Padilla, la religión tiene dos vertientes: la espiritual y la social. Sobre la primera, consiste en dar respuesta a preguntas profundas que se hace el ser humano: de dónde venimos, adónde vamos, quiénes somos, cómo lo hacemos, etc.
En cuanto a la social, el experto alude, en este caso, a la Iglesia como signo y “vinculación a un santo determinado, pero esta vinculación no se produce por el santo que era, sino por el contexto sociocultural en el que practicamos ese rito”. De este modo, volviendo a los lloros descontrolados, “no se trata de algo tan religioso, como sociocultural. La pertenencia o no pertenencia a determinadas cofradías o ámbitos te puede abrir o cerrar las puertas a grupos sociales o abstractos que pueden ser beneficiosos o no”.
¿Se trata de un duelo real?
Un anhelo presente que se transforma o desaparece conlleva un vacío, “una especie de duelo, de dependencia hacia algo”. Eso sí, Padilla no lo califica como duelo, sino más bien como “una especie de frustración por no conseguir un logro deseado”.
Respecto a si es sano emocionarse de esta manera, Padilla recuerda que una emoción no es sana ni insana, sino proporcionada o desproporcionada. “Si tenemos la euforia excesiva por un lado y la depresión más profunda por otro, el punto medio sería la muerte. No sentir ni frío ni calor es algo bastante anodino. Por ello, sentir alegría porque las cosas van bien o tristeza y añoranza cuando perdemos algo que estimábamos es bastante sano”. El punto está, señala, en ver qué se hace con ese sentimiento de pérdida o de euforia, pues pueden darse patrones patológicos.