21 abril, 2025

C. Tangana y el síndrome del impostor: qué es y cuáles son sus consecuencias


C. Tangana, uno de los grandes protagonistas de los Premios Goya 2025, ha declarado recientemente que siente que no se merece haber llegado a la cima y se ha especulado que podría padecer el denominado síndrome del impostor. Él mismo lo ha desmentido porque considera que, aunque es normal tener en algún momento la percepción de que no se tiene la suficiente preparación, en el fondo no es cierto. “Hay que luchar contra eso, sí nos lo merecemos porque hemos trabajado un montón”, ha recalcado.
Quienes padecen el síndrome del impostor no son capaces de hacer esa reflexión y se quedan con la percepción de que son un fraude en su trabajo. ¿En qué consiste y por qué surge este problema? El psicólogo relacional Enric Soler, tutor del Grado de Psicología de la UOC, aclara que no se trata de un trastorno mental, sino de “un conjunto de síntomas”. En concreto, “se refiere a sintomatología de baja autoestima en el ámbito competencial del individuo, que duda de sus capacidades y competencias” y se evidencia “en situaciones en las que esas habilidades y competencias son fundamentales, como el contexto laboral”. En suma, se trata de “una distorsión cognitiva y emocional del propio autoconcepto competencial”. 

Principales factores implicados

El psicólogo expone una comparación para comprender mejor la esencia de este síndrome: “Del mismo modo que una persona afectada por anorexia (que sí es un trastorno mental) se mira al espejo y se ve con sobrepeso, la persona con sintomatología del síndrome del impostor no tiene en cuenta las evaluaciones objetivas y externas de su valía realizando una determinada tarea”. Quienes lo padecen suelen atribuir a la suerte, el azar o “una inspiración divina puntual” sus logros. “Es una situación angustiante porque el individuo se obliga a compararse constantemente con los demás porque duda de sus capacidades y necesita puntos de referencia”, describe Soler. También le genera “una gran ansiedad la creencia irracional de que los demás se percatan de la supuesta incompetencia que siente como real”, lo que le hace poner en marcha conductas “de una autoexigencia y perfeccionismo extremos, todo ello para sortear su fobia al fracaso”. 
En el origen de este síndrome se encuentran, principalmente, factores familiares, como por ejemplo haber tenido unos padres excesivamente exigentes con sus hijos, que plantean “el desarrollo infantil como una especie de competición entre hermanos o con compañeros de clase”. Esta actitud se aprecia a la perfección en las actividades extraescolares como “una liga de fútbol entre equipos de niños o jóvenes que, en vez de llegar a ser un ejercicio saludable de deporte, desarrollo de competencias de trabajo en equipo, desarrollo de habilidades sociales y de aprender a perder, se convierten, por parte de los padres, en auténticos suplicios que amargan el fin de semana entero al niño o niña si este o esta no ha hecho una buena actuación en el campo de juego o ha perdido”.

¿Un mal de la sociedad actual?

El psicólogo confirma lo que muchas personas sospechan: la sociedad actual favorece la aparición del síndrome del impostor. “La sociedad actual evoluciona hacia una especie de delirio colectivo según el cual hay que evaluarlo todo”, comenta. “Hasta una simple llamada con un teleoperador de nuestra compañía de suministro de cualquier servicio termina con una breve encuesta en la que tenemos que valorar al agente que nos ha atendido en varios aspectos: amabilidad, capacidad para resolver el problema, etc.”. Esta evaluación se lleva a cabo, generalmente, mediante una escala numérica con la que “se está priorizando la valoración cuantitativa y menospreciando la cualitativa”. 
Al final, se legitima y normaliza “que debemos ser evaluados por todo y por parte de cualquiera y eso no es una evaluación justa porque se incluyen factores que pueden distorsionar la evaluación”. En el ejemplo del teleoperador, según Soler, “él mismo debería saber perfectamente si hace bien su trabajo, o no, independientemente de evaluaciones que no tienen ninguna fiabilidad”, ya que pueden influir factores espurios como, por ejemplo, que el cliente estaba de mal humor el día que hizo esa encuesta de satisfacción.

Perfil de las personas con síndrome del impostor y consecuencias

Las personas más propensas a sufrir el síndrome del impostor se caracterizan por los siguientes rasgos:
Son personas muy autoexigentes y a menudo exigentes con los demás. 
 
Tienden a querer tenerlo todo controlado. 
 
De pensamiento rígido.
 
Con patrones de funcionamiento muy instaurados. 
 
Presentan resistencia a los cambios y novedades. 
 
Temerosas.
 
Con muy baja tolerancia a la frustración.
 
Con enormes dificultades para delegar y trabajar en equipo.
 
Incapaces de ver que del error se puede aprender y crecer.
En cuanto a las posibles complicaciones de este síndrome, Soler precisa que la consecuencia más inmediata es la ansiedad: “La ansiedad moderada nos activa, pero cuando es desmesurada nos bloquea, de modo que rebaja las capacidades y competencias del sujeto y, de este modo, favorece el fracaso”. Se trata, por lo tanto, de “un proceso circular que se retroalimenta y que actúa a modo de profecía autocumplida en los casos más graves”. En última instancia, la ansiedad sostenida a lo largo del tiempo puede desembocar en un trastorno del estado de ánimo.

Cuidado con los falsos ‘impostores’

Existen falsos síndromes del impostor, según confirma el psicólogo. “Un síndrome del impostor impostado es una manipulación que tiene otros objetivos”, explica. “Uno de ellos podría ser una estrategia para no alertar a los competidores y tener más facilidad de salir victorioso en una competición que solamente está en la cabeza de quien se plantea la estrategia de manipulación”. Conviene estar alerta porque “esto no es un síndrome del impostor, sino una estrategia perversa”.

Consejos para mantener a raya el síndrome del impostor

Para acabar con el síndrome del impostor, lo primero que hay que hacer es tomar conciencia e identificarlo. “Reconocer que es una creencia irracional y que, por lo tanto, no es una herramienta válida para medir tu valor competencial”, señala Soler. Competir con los demás puede ser un estímulo, siempre y cuando el planteamiento compartido sea una competición. “Pero organizar una competición en tu mente, sin que los demás sepan que están compitiendo, es un autoengaño”. 
No obstante, puntualiza que otra cosa “es la comparación con uno mismo: si compito conmigo mismo, aprendo, crezco y me perfecciono”. Es más, el psicólogo considera “mucho más recomendable medir mis competencias de hace seis meses con las actuales y valorar si han aumentado con la práctica de la tarea o se han mantenido”. 
Otra recomendación que hace tiene que ver con el reconocimiento del fracaso “como una oportunidad para reorganizarse mejor, para identificar puntos débiles de las competencias propias y así poder mejorarlas”. 
Finalmente, en caso necesario, Soler aconseja “consultar a un buen psicólogo porque este síndrome es la parte visible de un gran problema de autoestima”.

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