En medio de la polémica tras la dana de Valencia sobre si la vegetación de ríos y torrentes ha empeorado los tremendos daños, los expertos son contundentes: las especies autóctonas se deben mantener, pero hay que eliminar las exóticas invasoras, sobre todo una: la caña común (Arundo donax). No es fácil desterrar a una especie que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) considera como una de las 100 más peligrosas del mundo por su capacidad de colonización. El proceso, largo y costoso, requiere un mantenimiento posterior. Primero se arranca y tritura la planta ―puede alcanzar los cinco o seis metros de altura― en trozos diminutos. Esos restos se mezclan con el terreno y se cubren con un plástico negro y opaco, enganchado a la tierra con grapas, durante al menos 18 meses.La falta de luz, que impide realizar la fotosíntesis a la planta, sumada a las altas temperaturas bajo la lona, provoca la muerte de su parte subterránea, el rizoma, el encargado de producir nuevos tallos y de mantener los nutrientes, que garantizan su supervivencia en las condiciones más desfavorables. A partir de ahí, se plantan especies propias (álamos, sauces, olmos, juncos, eneas, adelfas…) de crecimiento más lento, a los que la caña desplaza y que son imprescindibles para mantener el ecosistema natural y ralentizar la velocidad del agua en caso de riadas.Actuación para erradicar cañas en el río Albaida, en Manuel (Valencia). Confederación Hidrográfica del JúcarDaniel Bruno, investigador de Ecología de la Universidad de Elche, advierte de la peligrosidad de la especie exótica. “Tenemos manchas de cañas que llegan a ocupar kilómetros, unidas por una raíz que no es profunda, de tal forma que la fuerza del agua en riadas puede arrancar grandes cantidades y provocar el colapso de infraestructuras”, explica. La cobertura plástica se usa en lugares con suelos completamente degradados, como sucede en los cañaverales, para evitar daños a otra vegetación propia de España y que el perjuicio al suelo sea el menor posible. No paran ahí los daños de la caña: consume mayor cantidad de agua que las especies nativas, se convierte en una barrera para la fauna autóctona, y la gran cantidad de hojas y tallos que genera la convierte en una yesca en los incendios. Con la peculiaridad de que sale indemne de las llamas y rebrota inmediatamente.La caña llegó a Europa Occidental hace siglos desde el este de Asia, y ha hecho gala de su capacidad de invasión. En un principio, se utilizaba para construir cabañas, techumbres, cercados para el ganado, elaborar cestería… Pero esos usos cayeron en el olvido y la especie se ha extendido por la mayor parte de España, sobre todo por el sur y el este, además de por Canarias y Baleares.
Fin último: restaurar los ríos
“El fin último no es quitar cañas, sino restaurar los ríos. Nunca vamos a eliminar la vegetación de los cauces de forma indiscriminada, porque las consecuencias serían mucho peores”, asegura la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), de la que depende la cuenca que ha sufrido la desastrosa riada en Valencia. Si se hiciera algo así, “la velocidad que podría alcanzar el agua sería enorme y el poder devastador de la avenida se multiplicaría. Además, [las especies autóctonas] producen el desbordamiento en varios puntos del cauce y lo reparte en superficies más grandes de cuenca, lo que evita que sea más agresivos”, responde el organismo a EL PAÍS. La CHJ añade que el arrastre de cañas se ha visto “en episodios similares [al de la dana de Valencia]”. Pero “al final, el problema no es de la vegetación, sino de la capacidad de las obras de paso que se pueden encontrar a su paso”, que pueden generar “tapones, desbordamientos o incluso el colapso de algunas infraestructuras”. En este último episodio, “lo que ha producido los mayores problema han sido los vehículos aparcados en zonas inundables y el arrastre de otros objetos y mobiliario urbano de dimensiones considerables”, puntualiza el organismo de cuenca.Cada kilómetro de cauce de río recuperado le cuesta un millón de euros a la CHJ, a lo que se une que solo pueden actuar en el dominio público hidráulico y la especie continúa prosperando en fincas privadas adyacentes. Una vez pasado el año y medio de oscuridad, los técnicos comienzan a retirar la envoltura plástica, y cuando comprueban que no existe ni un vestigio de rizoma a la espera de ver la luz, comienzan con la plantación de las especies autóctonas. Hay en lugares donde las plantas autóctonas crecen de forma espontánea al retirar el plástico.Estas actuaciones no implican una erradicación permanente: es necesario un mantenimiento continuado. Y ahí entran los municipios. “Para asegurar el éxito, deben ser supervisadas y controladas por los ayuntamientos colaboradores”, explican desde la Comisaría de Aguas de la CHJ. Sales Tomás, directora de la fundación para la restauración de los ríos Limne, corrobora esa necesidad de inspección. “Los ríos tienen una dinámica muy alta, de forma que puedes haber desterrado la caña de un tramo, pero te viene un trozo de rizoma de aguas arriba, se inserta en la parte que ya estaba bien y comienza a crecer otra vez”. Hay tanta caña, que “es necesario priorizar, porque es imposible tener recursos para todo”, apunta. Y lo lógico sería empezar en las partes más altas.En el caso de Canarias, el gran problema de las cañas, además de su papel en las riadas, es que se convierte en una mecha en los incendios. “Trasladan el fuego a zonas más altas”, explica Francisco González Artiles, biólogo de la consejería de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria. En su caso, eliminan las plantas por tramos en los barrancos y extraen el rizoma para crear una discontinuidad en la mancha de vegetación. Y después repueblan con especies propias de laurisilva (laurel, faya o brezo, entre otras). Como la caña rebrota rápidamente al cortarla, utilizan rebaños que se comen los tallos que aparecen nuevos.