26 julio, 2024

Críticos de cine, influencers y el recambio generacional



Statler y Waldorf, los ácidos “críticos” del balcón de los Muppets.
Hubo un tiempo (bastante prolongado) en el que los críticos de cine escribían largos textos en diarios de importantes tiradas y en revistas especializadas de prestigio. Sus opiniones importaban (al menos entre cierto sector de la clase media interesada en el consumo cultural) y hasta se decía que una reseña positiva a una película tenía su incidencia comercial, ya que podía ayudar a llenar unas cuantas funciones durante el primer fin de semana de exhibición.Ese tiempo, claro, ya quedó en el recuerdo. Todavía hay algunos críticos a sueldo en medios que aún tienen publicaciones en papel, pero su espacio y su influencia se han reducido a la mínima expresión. Muchos de esos especialistas que formaban parte de las redacciones se independizaron, se dedican a la programación de ciclos y festivales, ejercen la docencia y se reciclaron en medios digitales con sus propios blogs o redes sociales, pero incluso esa reinvención entró en una crisis profunda.Hoy se lee cada vez menos y en peores condiciones. Por supuesto, subsiste ese segmento de lectores atentos, ávidos de libros y ensayos, que todavía pueden interesarse por el texto analítico de un crítico sobre una película, un cineasta o una tendencia cultural, pero la realidad es incontrastable y para muchos incluso cruel: los adolescentes y jóvenes consumen cada vez más videos y podcasts, se informan por Instagram y TikTok, sus referentes son youtubers, influencers en redes o streamers que hacen vivos en Twitch. Puede que haya alguna excepción, pero el 99 por ciento de los centennials, de los nativos digitales, no saben o no les interesa qué son esos críticos de cine que… ¡todavía escriben!Algunos críticos de cine han sabido “saltar” a tiempo y hoy han construido pequeñas comunidades gracias a sus redes, sus podcasts o sus canales de YouTube y Twitch. Varios incluso han sabido apropiarse de las herramientas tecnológicas de fácil acceso y uso para convertirse en reconocidos videoensayistas, en referentes con enorme influencia y sin por eso degradar sus contenidos (el español Alejandro G. Calvo y su trabajo audiovisual para Sensacine es un modelo que combina éxito y calidad).Pero por cada crítico que ha sabido reinventarse existen decenas que han quedado a la deriva, en la queja y en una suerte de resistencia conservadora. Y desde ese refugio ven cómo los espacios que antes ostentaban hoy son ocupados por esa (no tan) nueva categoría que son los críticos influencers, una suerte de fans (expertos en Marvel, en DC o en series de Netflix) que no tienen demasiada distancia con las productoras, distribuidoras y compañías de streaming ni tampoco pruritos a la hora de incluso formar parte de las campañas de marketing. Son entusiastas, son funcionales y, por lo tanto, son los preferidos de los ejecutivos y de los agentes de prensa.Hace pocos días dos prestigiosos medios como The New York Times y The Guardian se hacían eco de estas crecientes tendencias. En la nota “They Review Movies on TikTok, but Don’t Call Them Critics” (“Ellos reseñan películas en TikTok, pero no los llamen críticos”), el periódico estadounidense abordaba el fenómeno de los tiktokers con cientos de miles de seguidores y que con un solo video de unos pocos segundos recomendando una película pueden conseguir hasta 24 millones de visualizaciones.En el artículo del diario británico titulado “Who needs film critics when studios can be sure influencers will praise their films?” (“¿Quién necesita a los críticos de cine cuando los estudios pueden estar seguros de que los influencers elogiarán sus películas?”) se explica cómo los estudios prefieren y priorizan a los influencers por sobre los críticos tradicionales, que en muchos casos resultan un incordio con sus valoraciones generalmente negativas. En el reciente caso de “Barbie” esa diferenciación fue muy contundente.Precisamente The New York Times y otros medios de referencia suele mantener reglas bastante estrictas en cuanto a que sus periodistas (especialmente sus críticos de arte) no reciban regalos ni acepten invitaciones de productoras o festivales. Incluso había una recomendación para que sus críticos no concurrieran a cócteles y así evitaran encontrarse con un cineasta que había hipotecado su casa para terminar su película porque justamente ese artista en una charla informal sobre sus penurias económicas podía influir en la manera algo más concesiva o condescendiente con que el crítico luego encarara su texto.De esa distancia prudencial entre el crítico tradicional y el artista a la figura del crítico influencer que es tan o más estrella que un director o un actor y hasta forma parte de la maquinaria promocional hay una distancia enorme, casi como si se trataran de polos opuestos. Jay Sherman, un insobornable crítico salido de la mente de los productores de Los Simpsons.
Estas nuevas estrellas de las redes y el streaming no solo ya tienen, como indica The Guardian, prioridades en el acceso a funciones de preestrenos, viajes, fiestas, alfombras rojas o entrevistas exclusivas, sino que en algunos casos también cobran por sus recomendaciones.De hecho, el pago a un influencer ya tiene su rubro preasignado dentro del formulario de presupuesto que cualquier productora puede presentar ante el INCAA para recibir una ayuda al lanzamiento. En el área de Prensa & Comunicación figuran: Jefe/a de prensa, Community Manager e Influencers.Es cierto, como propone incluso el título del informe de The New York Times, que muchos de los referentes o influencers que pululan por las redes no se autodefinen como críticos de cines ni series. Y no porque no hagan comentarios, viertan sus opiniones, recomienden un contenido sino porque precisamente el término “crítico” ha quedado denostado (un poco como Statler y Waldorf, los paródicos viejitos cascarrabias de Los Muppets) o directamente perimido.Y queda entonces latente la pregunta más incómoda: ¿Para qué sirven los críticos hoy? ¿Qué sentido tiene su trabajo? Y, aunque se lea cada vez menos, aunque sus reflexiones tengan una llegada cada vez más limitada, aunque por momentos parezcan unos dinosaurios que se niegan a desaparecer, los últimos mohicanos que luchan contra un cambio paradigma que que parece irreversible, para cierto segmento de las audiencias (digamos de mediana edad para arriba) siguen teniendo algo de pertinencia y valor.Alguna vez la cinefilia marcó tendencia (en las décadas de 1950 y 1960, por ejemplo), alguna vez los críticos locales acompañaron y fueron importantes en la explosión del Nuevo Cine Argentino (a fines de los ’90 y comienzos de los 2000). Quizás ya no vuelvan esas épocas de gloria, probablemente sus textos ya no tengan la trascendencia que alguna vez alcanzaron, pero también es cierto que no todo el análisis sobre una serie o una película debe reducirse a un ingenioso video de unos pocos segundos o minutos. En los medios especializados, en la academia, en los libros de ensayo e investigación, seguirá existiendo algo que podrá estar en crisis, pero se resiste a tirar la toalla, a aceptar su certificado de defunción.Si hoy la discusión social y cultural pasa por YouTube, Twitch y Spotify, por TikTok, Instagram y (cada vez menos) Twitter y Facebook, donde los “nativos” manejan el discurso con mayor naturalidad y eficacia, también es cierto que no puede ni debe abandonarse los ámbitos donde el debate, el intercambio y la reflexión se alejan del imperio del ingenio, del algoritmo, de la demagogia, del trending topic y del estímulo efímero. Una épica resistencia contra una extinción que muchos han decretado como definitiva.

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