La forma y la velocidad a la que camina una persona se suelen relacionar con rasgos como el nerviosismo, la soberbia, la vanidad, la resolución, el estrés, la tranquilidad, la timidez o la inseguridad. Desde el punto de vista psicológico, la manera de andar constituye todo un filón que se ha explotado de manera más o menos fiable, según los casos. Pero hay otra línea de investigación que se apoya totalmente en la ciencia y está floreciendo en los últimos tiempos de la mano de expertos en geriatría, neurología y cardiología, entre otras disciplinas: el estudio de la relación entre la velocidad al andar y el estado de salud.
Con el paso de los años, muchas personas siguen caminando al mismo ritmo (o casi), mientras que otras cambian su forma de andar y lo hacen mucho más despacio. ¿Qué puede significar? Muchas cosas. Para empezar, puede servir para predecir el riesgo de desarrollar Alzheimer u otros tipos de demencia, pero también puede ser un indicio de problemas motores o de una mayor tendencia a experimentar problemas cardiovasculares. Asimismo, se ha podido relacionar con la mortalidad, es decir, la probabilidad de morir de forma prematura. Veamos lo que dice la evidencia científica.
Velocidad de la marcha y fragilidad
“La velocidad de la marcha a paso habitual es una medida fácil, rápida, económica, fiable e informativa”, según los autores de una revisión publicada en Revista Española de Geriatría y Gerontología. Basta con “un cronómetro, como los que actualmente se encuentran en todos los móviles, dos marcas en el suelo y una mínima estandarización”. En manos de profesionales sanitarios, esta medida “es un potente marcador de caídas, discapacidad incidente y de muerte”.
En definitiva, la velocidad a la que camina una persona mayor ofrece pistas sobre su fragilidad, que le predispone a padecer diversos problemas de salud. Además, puede servir como punto de partida para intervenciones que mejoren o, incluso, reviertan esa fragilidad. Por ejemplo, pautar ejercicio físico adaptado a la situación concreta de cada individuo.
Hay investigaciones que constatan que, en las personas mayores, una velocidad de marcha más lenta tanto en condiciones habituales como en situaciones de mayor complejidad constituye un indicador fiable del futuro riesgo de problemas de movilidad.
Recuperación tras sufrir un ictus
En personas jóvenes, la lentitud al caminar también puede ser un indicador de que algo no va bien. Por ejemplo, permite aventurar la buena o mala recuperación tras haber sufrido un ictus. Un estudio publicado en la revista Stroke evaluó los parámetros que permiten predecir si una persona podrá retomar su vida laboral tras un accidente cerebrovascular. El análisis reveló que la velocidad de la marcha fue el mayor predictor de la vuelta al trabajo. De ahí que los autores de esta investigación recomienden “utilizar la velocidad de la marcha como un indicador clínico simple pero sensible del desempeño funcional para guiar la rehabilitación y valorar el grado de preparación para regresar al trabajo después de un accidente cerebrovascular”.
Función cognitiva y demencia
Un estudio basado en un análisis de una muestra de personas de 50 años de edad en adelante reveló la existencia de una relación entre caminar más despacio y el desarrollo de demencia. Aquellos sujetos con velocidades de caminata más lentas y una mayor disminución de la velocidad a lo largo del tiempo tenían un mayor riesgo de padecer demencia independientemente de los cambios apreciados en sus funciones cognitivas (memoria y otras capacidades). “Se requiere una mayor investigación para comprender los mecanismos que pueden impulsar esta asociación”, apuntaron los autores de este trabajo.
Riesgo cardiovascular
La velocidad de la marcha también revela la probabilidad de sufrir enfermedades vasculares y del corazón, tal y como muestra una revisión de estudios cuyos resultados avalan la utilización de test estandarizados que miden la velocidad de la marcha para determinar el riesgo cardiovascular en personas mayores.
También hay investigaciones en personas con problemas cardiacos concretos; por ejemplo, un trabajo demostró que caminar a una velocidad moderada ayuda a predecir qué pacientes hipertensos con enfermedad cardiovascular van a requerir ser hospitalizados en el futuro debido al empeoramiento de su condición.
Caminar más despacio y mortalidad
Por último, existen pruebas fehacientes de la relación entre la reducción de la velocidad al caminar y un mayor riesgo de muerte prematura. Un artículo publicado en 2024 en Journal of Sports Science revisa los estudios publicados al respecto y llega a la conclusión de que existe una relación inversa entre la velocidad al caminar y la mortalidad por todas las causas. Así, por cada incremento de 0,1 metros por segundo en la rapidez de la marcha, el riesgo de muerte en un futuro próximo disminuye un 6%.
Bibliografía
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