Lo llaman Rising Star, pero si algo caracteriza este sistema de cuevas de la “Cuna de la Humanidad”, un valioso yacimiento arqueológico situado a 50 kilómetros de Johannesburgo, es su inaccesibilidad. Tan difícil es llegar a su corazón, la cámara Dinaledi, que solo lo ha logrado un puñado de varias decenas de personas. Incluso al paleoantropólogo Lee Berger no le quedó otra que perder 25 kilos para pasar por sus galerías. El esfuerzo valió la pena. Rising Star ha dejado hallazgos fascinantes. De hecho, allí han localizado el que podría ser el cementerio más antiguo del mundo. Al menos así lo reivindican sus descubridores, no sin polémica.
Lo sorprendente es que no lo hemos construido nosotros.
El decano de los cementerios conocidos. Eso es lo que cree haber encontrado un grupo de investigadores dirigidos por Berger en las galerías de Rising Star, Sudáfrica. Durante su estudio de la Cámara Dinaledi y la antecámara de la Colina hallaron indicios de lo que los científicos han descrito en bioRxvi como “los enterramientos más antiguos de los que hay constancia”. El anuncio generó expectación, pero también una agria polémica entre científicos que consideran que tales afirmaciones se basan “más en suposiciones que en pruebas” objetivas.
Para ser más precisos, las tumbas que han identificado datan de al menos el 200.000 a.C. y permiten echar la vista incluso más atrás en la búsqueda de las primeras conmemoraciones de fallecidos. No está mal si se tiene en cuenta que los entierros más antiguos localizados hasta la fecha, en Oriente Medio y África, con restos de Homo sapiens, son mucho más recientes: rondan los 100.000 años.
Plano del sistema Rising Star.
Antiguos… Y algo más. La clave es que los enterramientos de Rising Star no tendrían nada que ver con los H. sapiens. Ni siquiera con los neandertales, quienes también sepultaban a sus muertos hace decenas de miles de años. Berger asegura que su protagonista es otro homínido, el Homo naledi, que vivió en esa región del mundo hace entre 335.000 y 236.000 años y era muy diferentes a nosotros.
Se calcula que los H. naledi medían 1,44 m, pesaban entre 40 y 56 kg y tenían hombros adaptados para trepar y dientes propios de los homínidos anteriores al género Australopithecus. En cuanto a sus cerebros, abultaban más o menos como una naranja, con una capacidad cerebral de 450 a 600 cm3, lejos de los 1.400 cm3 que promedia el Homo sapiens. Que sus restos hayan aparecido en Rising Star no es sorprendente. Fue allí donde una expedición capitaneada por Berger dio con esta especie por primera vez hace años. Entre finales de 2013 y marzo de 2014 se recuperaron de hecho más de 1.550 vestigios de al menos 15 individuos.
Adelantándose a los ancestros. Esa es la idea en la que insisten Berger y sus colegas, que recalcan que sus excavaciones en Rising Star plantean que los Homo naledi cavaron agujeros y sepultaron los restos de otros individuos, adelantándose así en como mínimo 100.000 años a los H. sapiens. “Estos enterramientos, junto con otras pruebas, sugieren que pudieron haber llevado a cabo diversas prácticas mortuorias dentro del sistema de cuevas”, subraya el equipo, y va más allá: si su propuesta es interesante no es solo por sus fechas, sino por lo que significa.
National Geographic Society, que ha financiado el trabajo, explica que se localizaron los cuerpos de individuos adultos de H. naledi y varios niños de menos de 13 años que habían sido depositados en “posición fetal”, una pista que lleva a los expertos a pensar en un enterramiento intencionado de los cadáveres.
Replanteando nuestro lugar. Si está en lo cierto, Berger no solo habrá descubierto el cementerio más antiguo conocido. En cierto modo, arrojará luz sobre nuestro propio papel en la historia. Además de las tumbas su equipo habla de símbolos grabados en las paredes de la cueva que podrían tener entre 241.000 y 335.000 años, marcas no muy distintas a las realizados por neandertales hace casi 60.000 años o los Homo sapiens de Sudáfrica hace 80.000 años y que se interpretan como un paso cognitivo clave en la evolución humana.
“Los hallazgos sugieren entierros intencionados, el empleo de símbolos y actividades de creación de significados por parte del Homo naledi. Parece una conclusión inevitable que, juntos, indican que esta especie de antiguos parientes humanos de cerebro pequeño realizaba prácticas complejas relacionadas con la muerte”, explica Lee Berger a National Geographic: “Esto significa no solo que los humanos no son únicos en el desarrollo de prácticas simbólicas, sino que es posible que ni siquiera hayan inventado tales comportamientos”.
Abriendo posibilidades… y polémicas. Semejante escenario resulta fascinante por una razón muy sencilla: hasta ahora se ha considerado que los enterramientos y el uso de símbolos para generar significados eran acciones exclusivas de los homínidos con grandes cerebros, como el Homo sapiens.
“Mucho de lo que suponíamos que era distintivamente humano y que se debía a tener un cerebro grande, puede que no sea ninguna de ambas cosas”, reconoce a National Geopraphic el profesor Agustín Fuentes, de la Universidad de Princeton. Al igual que ocurrió en su día con la presentación del Homo naledi, el nuevo trabajo de Berger ha llegado acompañado de polémica y duras críticas.
“Imprudente e incompleto”. Así valoran algunos expertos las nuevas conclusiones sobre el Homo naledi. El trabajo de Berger se lanzó hace meses como preprints, pero a medida que llegaron las revisiones por pares hubo científicos que marcaron distancias. En julio de hecho el diario The Guardian dedicó un amplio artículo al tema en el que recogía varias voces que lamentaban la falta de “pruebas convincentes” o incluso hablaban de “afirmaciones inadecuadas, incompletas” y basadas “en gran medida en suposiciones, más que en pruebas”.
Imágenes: Universidad de Wits/Marina Elliott y Ashley Kruger et al (South African Journal of Science)
En Xataka: Ya sabemos dónde se originó la humanidad: en la coordenada 19.4N, 33.7E (aproximadamente)