23 noviembre, 2024

Migraña infantil: cómo detectarla cuanto antes


La migraña comienza en la infancia, a veces muy pronto, aunque no suele diagnosticarse hasta que los niños saben expresar cómo es su dolor de cabeza, en torno a los cinco años. En esa franja de edad es muy común que la cefalea infantil se cuente a través de dibujos que pueden orientar a padres y pediatras.
En los más pequeños, incluso en adolescentes, la migraña es una enfermedad prácticamente invisible y difícil de diagnosticar, a pesar de ser la primera causa de discapacidad neurológica entre los 5 y los 19 años. Sus repercusiones son tan indeseables como las que causa el cáncer o la artritis reumatoide en los más jóvenes: absentismo escolar y menor rendimiento en los estudios, interferencias en la vida social y disminución de la calidad de vida.
Del 0,8 al 1,8% de los adolescentes tienen migraña crónica, es decir, dolores de cabeza recurrentes de diferente intensidad que pueden durar entre 4 y 72 horas. Lo distintivo es que suelen acompañarse de náuseas, vómitos, aversión a la luz, al ruido y a los olores, además de empeorar con el esfuerzo físico. Pero, ¿se puede prevenir esa cronicidad con tratamientos más precoces si hay un buen diagnóstico en la infancia?
Eso cree Pablo Irimia, coordinador del Grupo de Cefaleas de la Sociedad Española de Neurología (SEN), que durante el II Seminario Lundbeck celebrado en Alicante sobre La migraña en cada capítulo de la vida, ha advertido de la escasa aplicación de tratamientos sintomáticos y preventivos durante los primeros años de vida. “Tanto la mayoría de los pediatras como los propios padres a veces cuestionan si al menor le duele de verdad la cabeza o no quiere ir al colegio”, comenta el neurólogo, recalcando la incomprensión por la que pasan niños con un ataque agudo de migraña que en menos de dos horas vuelven a jugar como si no hubiera pasado nada. Pero no siempre es así de sencillo porque muchos pacientes infantiles pueden tener ataques recurrentes.

¿Cómo sospechar en familia si es migraña?

Hay ciertos criterios establecidos para sospechar que los dolores de cabeza que refiere un menor son migrañosos, como la duración de las crisis las náuseas o vómitos, o la aparición de fotofobia (intolerancia a la luz) o fonofobia (intolerancia a sonidos, generalmente ruidosos). Quizá el primero de todos sea conocer si existe una historia familiar de migraña.
También hay que fijarse en el tipo de dolor para descartar una cefalea secundaria a un golpe en la cabeza o un trastorno diferente. En edades más avanzadas el dolor migrañoso tiene una cualidad pulsátil (palpitante, ardiente, punzante), abarca la mitad del cráneo y puede empezar progresivamente o irrumpir de forma explosiva. En niños, sin embargo, un dolor distinto, bilateral, opresivo y con menos intolerancia al ruido, puede cursar con alteraciones del sistema nervioso autónomo. Ello causa que del 3 al 10% de los infantes presenten síndromes asociados que incrementarían el riesgo de migraña. De hecho, un dolor de barriga con vómitos puede ser el inicio de un ataque migrañoso.
Irimia llama la atención sobre otros síntomas que puede ayudar al diagnóstico de los más pequeños: dolor abdominal, tortícolis benigna paroxística (entre lactancia y niñez temprana), vértigo benigno paroxístico, vómitos cíclicos, migraña confusional (estado transitorio de confusión que aparece con dolor de cabeza), sonambulismo. Se suma la frecuente cinetosis (náuseas/vómitos cuando viajan por mar, aire o coche; o cuando se suben en atracciones feriales) incluso los cólicos del lactante, que algunos estudios consideran marcador genético para una futura migraña.
En niños la duración de los ataques de migraña no suele superar las 2 horas -frente a las 40 de media en un adulto-, y a veces dura solo unos 30 minutos. Además de los síntomas ya enumerados, los vómitos y el dolor abdominal suelen acompañarse de oreja roja. 

¿Cuándo consultar al pediatra o neurólogo infantil?

Cuando el niño sin otras patologías ha pasado por cinco crisis de estas características y el dolor de cabeza no puede atribuirse a otras causas, sería hora de consultar en neuropediatría. “Al igual que en adultos, solo se diagnostica el 20% de las migrañas. “Normalmente se ve una cefalea y se receta analgésico, pero un diagnóstico adecuado de casos bien seleccionados ayudaría a establecer un tratamiento específico preventivo que evitaría la migraña crónica”, apunta este neurólogo de la Clínica de la Universidad de Navarra. En otros casos, agrega que lo razonable será recomendar al niño más descanso o un cambio de hábitos. Entre ellos, cuidar el sueño, la comida (evitar ayuno prolongado), actividad física moderada, evitar estrés y tratar de identificar cuáles son los desencadenantes de la migraña.
Algo así habría deseado saber Marina González desde su niñez, tras décadas de migraña crónica sin tratamiento específico adecuado. Esta representante de la Asociación Española de Migraña y Cefalea (AEMICE) recuerda como entre los 5 y los 7 años comenzó a tener vómitos, dolor abdominal y de cabeza, por los que solía terminar en urgencias. Toda su vida ha estado marcada por los ataques de migraña, que durante la infancia eran difíciles de identificar, hasta el punto de que le diagnosticaron diversas alteraciones gástricas, incluso una apendicitis.
“Muchos domingos por la noche me dolía la cabeza y mis padres, por desconocimiento, creían que lo inventaba para no ir al colegio. Sorprendía que, a veces no iba a clase por la migraña, pero por la tarde era capaz de ir a una fiesta de cumpleaños”, comenta. Tras un rosario de episodios a lo largo de la vida escolar en los que se sintió “muy sola y diferente a los demás”, actualmente recibe un tratamiento preventivo con el que ha logrado reducir las migrañas de 3 a 5 ataques al mes, cuando antes podían llegar hasta 20. 
“No recuerdo un solo día sin dolor, aunque sea una sombra o un pinchazo”, relata esta paciente, que hoy día se preocupa por las mentiras que venden algunas personalidades mesiánicas recomendando piercings o falsas dietas curativas de la migraña. A día de hoy, Marina tiene muy claro cuál es la clave para tener calidad de vida a pesar de la enfermedad: “Conocer tu propia migraña y tener buena comunicación con el neurólogo”.
 

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