8 octubre, 2024

Políticas del resentimiento | Perfil


El resentimiento es una de las emociones más difíciles de capturar a través de las narrativas individuales; no obstante, ¿se puede hablar de que la Argentina se ha transformado en un país de gente resentida? Es una hipótesis desde ya irritante y lista para la cancelación. Mancha de la bronca. Puede parecer extraño políticamente hablando la existencia del resentimiento, sin embargo es un tema habitual en la academia norteamericana actual. Por ejemplo, Jeremy Engels, en su libro The Politics of Resentment, busca entender, dándoles un sentido político, las masacres frecuentes por parte de personas armadas –donde el acceso a las armas es un derecho constitucional–. John Rawls define el resentimiento como un estado psicológico que gestiona –como puede– un cálculo de la justicia y que expresa una reacción de un sujeto al sentirse agraviado. Para clarificar el punto vale una anécdota. Hace ya unos cuantos años –cuando Javier Milei era completamente desconocido– en un focus group una señora muy humilde estalla de bronca, y con sus ojos casi llorosos pasa a relatar que vivía enfrente de un asentamiento y que en esos momentos “a los de enfrente les estaban instalando cloacas”, y que en cambio sus necesidades no eran escuchadas por nadie, precisamente a ella, que pagaba sus impuestos. Es difícil tener una postura moral frente a esta persona y su percepción, pero en ese cuadrante se desatarán todas las batallas culturales habidas y por haber. La ironía, el sarcasmo y la violencia simbólica se han instalado y se ven en los ataques del ecosistema oficialista a la prensa crítica

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Para Engels el resentimiento es una emoción compleja que involucra al menos tres componentes: la percepción de que se ha sufrido un daño injustificado –la sensación de que se avecina un perjuicio–, un sentimiento de hostilidad hacia el autor de la lesión y la manifestación de esa hostilidad, en palabras o en hechos. Una característica del resentimiento comparado con otras emociones más volubles inmediatas es su persistencia en el tiempo, una metáfora simple es una caldera siempre a punto de estallar. Resulta interesante que Rawls, un pensador de “lo justo”, asocie resentimiento con –falta de– justicia, se supone que la institución Justicia considera que los agravios pueden –y deben– ser reparados. El resentimiento tiene su propio lenguaje, su propio idioma, el insulto, la presión lingüística que ataca al otro usando las palabras de las revanchas. En este sentido el lenguaje de la ironía, del sarcasmo y la violencia simbólica se ha instalado en Argentina, como se pudo ver en situaciones recientes en los programas de streaming, como en los ataques hacia periodistas críticos en el ecosistema oficialista. Combatiendo al capital simbólico. Se sabe que uno de los pilares del peronismo fue la “justicia social”. Algunos autores plantean que el nacimiento de esta idea relativamente nueva, que no tiene una definición precisa, se remonta a los primeros pensadores cristianos. Santo Tomás de Aquino, en su Summa Theologiae, plantea en plena época de esclavismo la necesidad de una justicia distributiva, y es el elemento central en La ciudad de Dios, de san Agustín. La Doctrina Social de la Iglesia abreva en las ideas de la justicia distributiva, y también impacta en el constitucionalismo social del siglo XX, constituidas como pilares frente al comunismo surgido tras la Revolución Rusa. De allí su presencia central en la doctrina justicialista. El primer gobierno peronista deja plasmado el concepto de justicia social en el artículo 40 de la Constitución de 1949: “La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales”. Uno de los ejes centrales –junto al de la casta– en la campaña de Javier Milei fue precisamente atacar la idea de justicia social, vista como un robo perpetrado por y desde el Estado, simplificando los argumentos de Robert Nozick en Anarquía, Estado y utopía, que ataca con furia a la justicia distributiva y por ende al Estado. Uno de los ejes centrales de la campaña de Javier Milei fue atacar la idea de justicia social, como robo perpetrado por el Estado Una de las características de los tiempos actuales es el uso político del resentimiento. Es relativamente más fácil incentivar el odio que otras pasiones, especialmente en las personas más solitarias, con menor involucramiento en grupos sociales personales –vale aclarar–, en este sentido el resentimiento se ubica en el cuadrante opuesto de los sentimientos solidarios: la empatía. Engels toma especialmente el caso de la cadena Fox en los Estados Unidos y su relación con la “movilización” del odio de las antiguas clases medias –en general personas de mayor edad–, especialmente dirigidos a los migrantes –que les habrían quitado el trabajo y el bienestar– y otros grupos como los colectivos feministas, LGBT+, los negros, etc. Las inequidades sociales percibidas buscan culpables. Las diferencias de clases, religiosas o nacionales fueron los motivos en conflictos de siglos anteriores, no obstante en la posglobalización los sentimientos nacionales vuelven a emerger con violencia.    Inflación de bronca. Un detalle interesante se encuentra en el Diccionario Oxford de Sociología, de John Scott, donde se relaciona inflación con resentimiento. Lo que plantea el autor es que el argumento normativo, influenciado por el concepto de egoísmo de Emile Durkheim, es que en una sociedad de mercado las desigualdades en el ingreso no están regidas por algún estándar moral de un día de trabajo justo por un día de pago justo. Reflejan, en cambio, variaciones arbitrarias en el poder de mercado tanto de los individuos como de los grupos organizados. Precisamente la inflación genera un régimen arbitrario que acelera el resentimiento y una búsqueda incesante sobre quienes descargar las frustraciones. *Sociólogo.

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