El año que entra está marcado en el calendario de la planificación energética de España como el del cese de la producción de electricidad con carbón. Este combustible fósil, el que más emisiones de efecto invernadero genera al producir energía y el que alimentó la Revolución Industrial, es ya una anécdota en el sistema nacional. Quedan solo cuatro centrales activas: dos en Asturias, una en Cádiz y otra en Mallorca. Y todas tienen en marcha planes de cierre o transformación para dejar de quemar carbón, aunque no es descartable que la planta mallorquina —que en todo 2024 apenas ha funcionado el equivalente a 10 días— tenga que seguir enganchada a la red más allá de 2025 por si surge alguna emergencia, hasta que se complete el segundo cable para conectar las islas con la Península.En 2024, el carbón ha aportado solo el 1,1% de la electricidad en España, la cifra más baja desde que hay registros. Hace solo seis años, en 2018, era aún una pieza clave del sistema: su cuota era de algo más del 14% y el último Gobierno del PP amagó incluso con aprobar un decreto para expropiar las plantas y evitar que las eléctricas las cerraran. Pero, en realidad, ese 2018, cuando todavía había 15 térmicas activas, fue también el principio el adiós definitivo al carbón, por una mezcla de razones económicas —este tipo de generación no puede competir ya con las renovables— y regulatorias —varias normas europeas le han puesto muy complicado su futuro debido a los contaminantes y gases de efecto invernadero que expulsan—.El Gobierno envió a la Comisión Europea en septiembre pasado la última actualización del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), la hoja de ruta para esta década que tiene que ayudar a España a cumplir con sus compromisos de lucha contra el calentamiento. Ese documento adelantaba el cese de la generación de la electricidad con carbón de 2030 (como estaba previsto en la anterior versión del plan) a 2025. “Los últimos desarrollos en materia económica, técnica y regulatoria han llevado a que actualmente todas las centrales térmicas de carbón del país ya hayan completado su cierre, estén en proceso de cierre o estén sometidas a planes de cierre a medio plazo”, se lee en el texto.En ese documento, sin embargo, el Gobierno también reconoce que la clausura estará sujeta al criterio de Red Eléctrica de España (REE), que debe evaluar si es seguro el desmantelamiento total durante el próximo año. Un portavoz del operador del sistema sostiene que “ha elaborado y remitido al Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico los informes sobre compatibilidad de la seguridad del suministro de las centrales de carbón que han presentado solicitud de cierre”. Y, preguntado por EL PAÍS, el ministerio se limita a responder lo mismo que pone el PNIEC: que el cese está previsto para 2025 “siempre que las restricciones técnicas lo permitan”.Más informaciónLas tres plantas que aún quedan en la Península —las asturianas de Aboño y Soto de Ribera, y la gaditana de Los Barrios— están operadas por la eléctrica portuguesa EDP, que ya ha presentado sus solicitudes de clausura o reconversión. La otra es la central de Es Murterar, en la localidad mallorquina de Alcudia. En este último caso, la desconexión depende de que esté listo el segundo enlace eléctrico entre la península Ibérica y el archipiélago. Algo que ocurrirá, como tarde, en 2027, según Endesa, la eléctrica que la explota.Con todo, la operación de la central mallorquina es residual. Actúa únicamente como respaldo puntual (250 horas al año de operación en el año que ahora termina, una cifra irrisoria) y aporta menos del 1% del consumo eléctrico de Las Baleares. “Lo de Es Murterar es una cuestión de seguridad de suministro, porque las horas de funcionamiento ya son mínimas. Aunque siga activa unos años, se puede dar por zanjado el camino del carbón en la generación eléctrica en España”, resume Luis Atienza, expresidente de REE.
Normas europeas
“El carbón dejó de ser rentable hace tiempo y alargar su vida era inviable por las exigencias a los requisitos ambientales de la UE”, recuerda José María Yusta, catedrático de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Zaragoza.Para comprender lo ocurrido hay que regresar al citado 2018, el último año en el que pudieron operar las deficitarias minas de carbón que quedaban en España. Una norma europea estableció que debían clausurarse todas las explotaciones que hubieran recibido fondos públicos; si querían continuar, debían devolver ese dinero, más de 500 millones de euros para 24 yacimientos. Las 12 que quedaban en activo cerraron el 1 de enero de 2019. Solo con ese paso, que cortó la entrada en el sistema de carbón nacional (dopado con fondos públicos), su presencia en el mix eléctrico se desplomó hasta el 5%.Otra norma europea entró en juego entonces e hizo que en julio de 2020 siete de las 15 plantas que todavía funcionaban echasen definitivamente el cierre. Una directiva obligaba a que las plantas que quisieran seguir operando a partir de ese momento debían aplicar mejoras medioambientales. Solo ocho las hicieron y pudieron continuar enganchadas a la red, pero funcionando muy poco porque el precio que deben pagar por cada tonelada de dióxido de carbono que emiten hace que no sean rentables.La electricidad que dejaron de producir fue sustituida en un primer momento por centrales de gas. Estas plantas de ciclo combinado emiten muchos menos gases de efecto invernadero, aunque siguen dependiendo de un combustible fósil. Pero el rápido avance de las renovables —con la fotovoltaica a la cabeza— ha reducido también la cuota del gas. En 2018, el 38,6% de generación eléctrica de España provenía de fuentes renovables; este 2024 llega ya al 56,1%.
Transformación
Con la red eléctrica cada vez más congestionada, los puntos de evacuación de las centrales de carbón son una joya. De ahí que las eléctricas estén optando por reconvertirlas. Aboño, que supone la mayor parte de la generación actual con carbón, está en plena transformación a gas e hidrógeno. En Soto de Ribera, el grupo de carbón que queda operativo —aunque sin haber funcionado prácticamente este año— se va a cerrar y los terrenos se aprovecharán para generar hidrógeno. Exactamente lo mismo que la gaditana de Los Barrios, que tampoco ha operado este año.Con todo, aquilata Atienza, la sustitución del carbón en el mercado eléctrico es “el paso más fácil para la descarbonización, porque ahí están los ciclos combinados como respaldo”. “Lo verdaderamente difícil va a ser descarbonizar la demanda en sectores que aún no están electrificados o que son de difícil electrificación, sustituyendo consumos fósiles por limpios”, tercia el expresidente de REE. “Está muy bien relegar definitivamente al carbón, pero ese es el gran reto de los próximos años: transporte, calefacciones y procesos industriales que necesitan mucho calor”.Liberarse por completo del carbón no solo es imperativo ambiental: también lo es en lo puramente económico. No solo porque estas instalaciones dejaron de ser rentables hace tiempo, sino por la propia balanza comercial española. Sin minas de carbón abiertas, España ha tenido que importar desde lugares tan lejanos como Colombia, Indonesia y Sudáfrica toda la hulla, la antracita y los lignitos que se queman en las centrales.
Contexto internacional
Un ejemplo parecido al de España respecto al rápido desenganche del carbón es el Reino Unido, que en octubre de este año cerró la planta de Ratcliffe-on-Soar, la última térmica de este tipo que quedaba en este país, cuna de la Revolución Industrial y ligado durante casi 150 años a este combustible. El Reino Unido se convirtió así en el primer país del G-7 que se desenganchaba por completo del carbón en su sector eléctrico. Pero no es una rareza: un tercio de los países de la OCDE no lo emplean ya, y se espera que tres cuartas partes lo hayan eliminado para 2030.La preocupación de los expertos en cambio climático está más en grandes economías en desarrollo —como la India, Indonesia, Vietnam y Filipinas— donde la demanda de este combustible sigue creciendo. También inquieta lo que pueda ocurrir con China; aunque encabeza la implantación de renovables en el mundo, sigue siendo el principal consumidor y productor mundial de carbón.Lo resumía así la semana pasada la Agencia Internacional de la Energía (AIE): “si bien la demanda de carbón en las economías avanzadas sigue disminuyendo, se espera que esta disminución se vea compensada por el crecimiento en unas pocas economías emergentes y en desarrollo, como la India, Indonesia y Vietnam, donde se prevé que la demanda energética adicional asociada al crecimiento económico se satisfaga con diversas fuentes, incluido el carbón”.