Una tarde en el balcón abrí el diario. Digo abrir el diario, para en realidad describir otra acción, la de deslizar con el dedo un objeto con bordes, pero sin filo. En el celular leí una nota periodística cuyo título decía algo así: “La sangrienta historia del último duelo de Argentina” para luego describir el hecho que aconteció en 1968, la disputa entre “el almirante B. Varela, uno de los responsables del golpe contra el presidente Illia, y Yoliván Biglieri”, periodista. Allí tuve un pensamiento: detrás de esta nota hay una obra de teatro de Enrique Papatino. Enviado el artículo del diario y la idea al autor, comenzamos un recorrido en el cual él trajo una dramaturgia que se volvió crucial, propuso dar cuenta no solo del combate, sino de la noche previa, del desvelo y madrugada entre el periodista y su mujer. Nuestra historia no tendría solo relación con la esgrima como combate, sino con esgrimir en términos discursivos. Aquí el duelo sería en una cocina, una noche, la previa a que todo cambie. Pero, ¿cómo contar la historia del último duelo de espadas desde una cocina? ¿Cómo hablar de la crisis de una pareja desde la disputa entre un periodista y un militar? ¿Cómo visitar el pasado desde un presente, que tanto tiene para conversar con esas metáforas y analogías? Lo escénico sería el territorio de exploración a partir de un texto sólido, como al que el autor ya había arribado. En el lenguaje de las artes escénicas los cuerpos se despliegan, los objetos narran, las luces tienen comportamientos y el tiempo se estira, a la vez que se contrae. Todo se reconfigura. En ese instante compartido con los espectadores algo afecta, transmuta, se hibrida aún sin proponérselo, se resignifica. Es en ese encuentro íntimo con la materia y con el otro, donde se gestan trayectorias posibles, el relato se vuelve maleable y la experiencia se erige como un acto de creación y de transformación. La práctica escénica, lejos de ser una mera representación, es un laboratorio de pensamiento donde se experimentan nuevas formas de ser y de estar en el mundo. Yamila Ulanovsky y Mateo Chiarino saben ser esos cuerpos, habitar esos pliegues del tiempo y darles sentido. Porque en esta comedia dramática, ellos están aquí (en este tiempo presente donde trazo estas líneas), pero también son esos otros, los que en 1968 velaban lo que quizá, podía ser su último beso, y también aquellos: los de su primer baile juntos. B. Hang y A.Muñoz –El tiempo es lo único que tenemos– señalan: el tiempo como materia, como posibilidad, como límite y también como potencialidad de acción. En ese espacio-tiempo liminal entre lo individual y lo colectivo se tejen redes de complicidad y resistencia. Este espectáculo nos invita a repensar las relaciones de poder, a cuestionar las normas establecidas y a imaginar futuros, quizá más justos y equitativos. Al adentrarnos en ese territorio, descubrimos que el arte es más que un medio de expresión, es también una herramienta política. En voz de Mateo nuestro personaje dice: “¿para vos, un golpe de Estado da lo mismo?” Yamila dirá un rato después: “Y no me digas, ¿cuánto tiene que ver conmigo que vos me pongas en la situación de no saber si volvés o no mañana. Una tarde en el balcón abrí el diario. La tinta no manchaba mis dedos, pero salpicaba mi imaginario. Habría un duelo algún día, habría de suceder algo que en realidad, ya había acontecido en los años del Pity Pity de Billy Cafaro”. Mientras el sol abrigaba mis ideas, mis pies marcaban el ritmo de un proyecto compartido y Peter Brook aportaría lo suyo para la austeridad de mi puesta en escena. “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”. Y allí va ella volviendo a la banqueta mientras él, simplemente, la mira llegar.
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* Director de El arte de esgrimir, Vestido de mujer, Gómez Brothers y Canción de cine argentino.