Nada nuevo bajo el sol. Quizás al oír hablar de pelotazos urbanísticos el subconsciente nos lleve a pensar en la burbuja del ladrillo, la Costa del Sol y aquellos constructores hechos a sí mismo que acababan coleccionando dígitos en cuentas de países exóticos, pero si queremos conocer al auténtico maestro patrio del pelotazo hace falta remontarse bastante más atrás, al XVII, cuando en España tejía y destejía a su gusto el mayor genio en lo que a especulación se refiere: Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, aka el duque de Lerma.
Y es así porque el aristócrata no se conformaba con levantar adosados, enormes rascacielos o urbanizaciones a pie de playa. No. Él apuntaba más alto, a mover capitales de reino a gusto… a gusto y conveniencia, entiéndase.
La capital del reino, a Valladolid. Tal era la influencia que Francisco de Sandoval y Rojas, más conocido como el duque de Lerma, ejercía sobre Felipe III que a comienzos del siglo XVII lo convenció para algo que hoy suena asombroso, aunque tiene en realidad cierta trasfondo histórico: mover la capital del reino.
Y no, no hablamos de un cambio de palacio, o un simple traslado de barrio. El noble se las apañó para convencer al monarca de que lo mejor era replantearse la iniciativa que había tenido su padre Felipe II en 1561 y llevarse la capital fuera de Madrid. ¿A dónde? Pues a otra ciudad situada a más de 150 kilómetros en línea recta: Valladolid. Allí se fue la corte para establecerse en enero de 1601. Y de allí volvió a marcharse para regresar a Madrid pasados cinco años, en 1606.
No importa el dónde, sino el cuánto. Que la corte real se desplazase a Valladolid y no a otra ciudad, como Toledo o, pongamos, Albacete, Cáceres o Vigo, no fue una causalidad. Hoy se asume que en esa decisión pesó, y mucho, en duque de Lerma, quien tenía a su vez razones de peso para fijar allí la capital del reino. Solo que en su caso, ese peso se medía en ducados contantes y sonantes.
Antes de la mudanza, el aristócrata se dedicó a adquirir importantes propiedades en la ciudad del Pisuerga que, claro está, se revalorizaron en el momento en que Felipe III fijó allí su real residencia con todas las implicaciones que ello tenía.
Compra bien, vende mejor. Eso fue en líneas generales a lo que se dedicó Francisco Sandoval y Rojas: mostró buen ojo a la hora de hacerse con terrenos y propiedades en Valladolid y mejor tino todavía cuando le tocó vendérselos a los cortesanos y la Corona. Si el duque de Lerma se las apañó para lograr tal operación fue gracias a la enorme influencia que ejercía sobre Felipe III, un monarca 25 años más joven que él y que era conocido por su afición a la caza o el teatro.
Cuestión de poder… y persuasión. Su condición de valido le daba un poder considerable; su habilidad se encargaba del resto. Una de las tretas que usó para animar al rey al traslado a Valladolid fue tentarlo con su Palacio Real, antigua residencia de Francisco de los Cobos que se había encargado de remodelar.
“En 1600 se firmó la venta del Palacio por parte del marqués de Camarasa, nieto de Francisco de los Cobos, al duque de Lerma. Este a su vez lo enajenó en 1601 a favor de Felipe III, una vez que el monarca hubiera decidido el establecimiento de la Corte en Valladolid”, recoge la descripción que dedica el Ministerio de Defensa al palacio. Allí, en sus aposentos, nació en 1605 Felipe IV, lo que no impidió que tras el regreso de la corte a Madrid el edificio empezase a languidecer.
Parte del retrato ecuestre del duque de Lerma pintado por Rubens.
Dos buenos negocios, mejor que uno. Algo similar debió de pensar el aristócrata, que —a la luz de sus siguientes movimientos— llegó a una conclusión inapelable: si el traslado de Madrid a Valladolid le había granjeado tan pingües beneficios, por qué no repetir la operación pero a la inversa. Dicho y hecho.
El cambio de la corte real había hecho subir los precios de Valladolid pero pinchado los de Madrid, así que el bueno del duque se dedicó comprar propiedades allí. Y al cabo de unos años, persuadió de nuevo a Felipe III para que regresase a la ciudad que Felipe II había escogido para establecer la capital varias décadas atrás.
Lo que dicen las cifras. Se manejan algunas cifras que dan una idea de lo rentable que resultó aquel negocio. Madrid Villa y Corte recuerda que el traslado de la Corte implicaba mucho más que mover a la familia real: arrastraba a nobles, miembros de consejos y juntas, servicio, guardia… un despliegue de gente próxima a la Casa Real. Se habla de entre 10.000 y 15.000 personas que, obvia decirlo, necesitaban un techo bajo el que cobijarse. A ser posible a la altura de su alcurnia.
El Mundo precisa que algunas fuentes calculan que el valido se hizo con propiedades por valor de 80.000 maravedíes y obtuvo unos 55 millones de plusvalías. “Compró las casas del inmenso espacio que va desde la actual plaza de Neptuno hacia casi Atocha”, recoge Alfredo Alvar Ezquerra en el libro ‘El duque de Lerma. Corrupción y desmoralización en la España del siglo XVII’.
No solo eso. Para recuperar su capitalidad, Madrid llegó a poner sobre la mesa una donación de 250.000 ducados, toda una fortuna que acabó en buena medida en los bolsillos del avispado duque: se dice que logró hacerse con cerca de un tercio.
Retrato de Felipe III.
De intrigas, influencias y ganancias. Los movimientos del duque fueron tan jugosos que todavía hoy, siglos después, se le presenta a menudo como “el rey de la especulación inmobiliaria”, artífice del “primer pelotazo inmobiliario” de España o incluso un “corrupto sin límite”. Sus motivaciones reales podían ser sin embargo algo más complejas e ir más allá de la simple búsqueda de beneficios gracias a la información privilegiada que manejaba sobre los planes de la Corte.
Una de las teorías que circula es que con el traslado a Valladolid el noble quería alejar al rey de influencias que no coincidían con sus intereses, como su abuela, María de Austria y Portugal, quien falleció en 1603, entremedias del experimento pucelano. No faltaba tampoco un argumentario oficial: con la mudanza se buscaba en teoría un destino más salubre para la corte e impulsar el norte de Castilla.
Una historia rica en matices. Incluso hay quien aboga por tomar cierta perspectiva histórica. “Hay que verlo con los ojos de la época”, explicaba en 2018 a elDiario.es Claudio García, de la Oficina de Turismo de Lerma. “Es verdad que se aprovechó de su posición, pero no es un político actual. No representa al pueblo, sino a su casa nobiliaria”, abunda otro de los técnicos de turismo.
Se adopte o no ese enfoque, lo cierto es que la historia de Francisco de Sandoval y Rojas es apasionante, como demuestra que unos años después acabó solicitando de Roma el capelo cardenalicio. La razón, como se decía con sorna en la época, era que “para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado”.
Imágenes: Wikipedia 1, 2 y 3
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