La morfina es el opioide más conocido y también el que se usa desde hace más tiempo. Es un producto de origen natural: un alcaloide que está presente en el opio -cuyo empleo médico se remonta a hace miles de años- y que se emplea en farmacología por sus efectos analgésicos. Su acción sobre unos receptores específicos del sistema nervioso central es la que propicia esa reducción del dolor.
Como otros opioides, “la morfina es un analgésico de los considerados potentes y por eso se reserva normalmente para tratar casos de dolor muy intenso o moderado-grave, que no puede ser controlado con otros fármacos”, explica Carlos Fernández Moriano, responsable del Área de Divulgación Científica del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos.
Todos los fármacos del grupo de los opioides, además de requerir siempre receta médica, tienen la consideración de estupefacientes y su dispensación está sometida a un control especial en las farmacias.
Tipos de dolor que se pueden tratar con morfina
Alicia Alonso, coordinadora del Grupo de Opioides de la Sociedad Española del Dolor (SED), corrobora que el criterio principal para recetar este fármaco es que se trate de un dolor de alta intensidad, “sea oncológico o no oncológico”. No obstante, aclara que no sirve para cualquier dolor: “Hay algunos tipos, como puede ser el dolor neuropático, en el que la lesión está producida en los propios nervios, donde la morfina y sus derivados no son eficaces”.
Fernández Moriano agrega que, al contrario de lo que muchas veces se piensa, la morfina no se emplea exclusivamente en enfermos terminales. “También se usa en pacientes que acaban de ser operados y experimentan un dolor muy intenso”, aclara.
Tal y como subraya Alonso, actualmente existe un amplio arsenal terapéutico analgésico, con fármacos opioides y no opioides, que permite “ajustarse a cada tipo de paciente según su edad, las enfermedades que tenga y las características de su dolor”. Así, el fentanilo, “se utiliza en las intervenciones quirúrgicas porque tiene un perfil de eliminación mucho más rápido y otra serie de características farmacocinéticas”. La morfina, en cambio, “se puede utilizar en aquellos casos en los que queremos que el efecto analgésico dure más tiempo”.
Cómo tomar este fármaco
La morfina está comercializada en diversas formas farmacéuticas que permiten su uso por vía oral (fundamentalmente, comprimidos -algunos de ellos de liberación prolongada- o soluciones en forma de gotas) o por vía parenteral. La dosis deben ser siempre individualizadas por el médico en función de las características del paciente para minimizar los efectos adversos y el riesgo de adicción.
Cuando se trata de comprimidos de liberación prolongada, Fernández Moriano subraya que es importante “tragarlos enteros con un vaso de agua y que no se rompan, ni mastiquen, ni se trituren porque lo que se busca es, precisamente, que se liberen progresivamente en el tracto intestinal”. Si se produce una liberación inmediata al romper o triturar el comprimido, “no estaríamos siguiendo el tratamiento adecuadamente”, subraya.
Principales efectos adversos de la morfina
Los efectos adversos más destacados de la morfina son los siguientes:
Estreñimiento.
Náuseas.
Vómitos.
Somnolencia.
En caso de sobredosis, depresión respiratoria e, incluso, la muerte.
Si se utiliza de una manera crónica, puede llegar a producir tolerancia (cada vez se necesitan dosis más altas para obtener el mismo efecto) y adicción (cuando hay una dependencia tanto física como psíquica).
Cómo evitar el riesgo de adicción
Alonso señala que el riesgo de adicción a la morfina se puede evitar “con un seguimiento estricto, ajustando mucho las dosis y observando los efectos que tiene en el paciente”. Entre otras cosas, el médico debe vigilar si el paciente presenta conductas que pueden indicar un mal uso de la morfina, como “pedir cada vez más dosis o señalar que las dosis habituales no le resultan suficientes”. No obstante, la experta puntualiza que este tipo de comportamientos son excepcionales y lo habitual es “utilizar bajas dosis y con un control correcto del paciente”. Alonso subraya la importancia de la adecuada formación del médico en este tipo de tratamiento.
Por otra parte, es fundamental que el tratamiento con morfina sea lo menos prolongado posible y que la finalización de la toma de este fármaco se realice de forma progresiva, con el fin de evitar el riesgo de síndrome de abstinencia.
Contraindicaciones e interacciones más importantes
Las contraindicaciones de la morfina son comunes al resto de los opioides. Para empezar, es importante identificar a los pacientes alérgicos a este fármaco. Además, se debe evitar su uso en personas que tengan insuficiencia o depresión respiratoria, ya que ese es, precisamente, uno de sus efectos adversos más peligrosos.
“También está contraindicado en personas que tengan enfermedades obstructivas de las vías aéreas, como asma o enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC)”, añade el representante del Consejo de Farmacéuticos. Debido al estreñimiento que puede ocasionar, no se suele recomendar en personas con dolor abdominal agudo o que tengan problemas de motilidad (movimiento) gastrointestinal.
Embarazo y lactancia
En la lactancia está contraindicado el uso de morfina y también en el embarazo. No obstante, Fernández Moriano precisa que, aunque se suele evitar el uso de este tipo de opioides durante la gestación, “hay que hacer una valoración individualizada del beneficio-riesgo, como con cualquier medicamento”.
Morfina con alcohol
Se desaconseja la administración conjunta de morfina con otros fármacos que tengan un efecto depresor del sistema nervioso central, como los anestésicos, sedantes, hipnóticos y algunos antidepresivos.
Por este mismo motivo, este opioide no debe tomarse nunca con alcohol, ya que puede verse potenciado ese efecto sedante o inhibidor del sistema nervioso central, con el riesgo que ello conlleva.