El deseo de venganza se considera algo natural y consustancial al ser humano. Muchas personas lo toleran o justifican, siempre y cuando no se materialice. Sin embargo, no todo el mundo lo siente de la misma forma ni es igualmente capaz de mantenerlo bajo control. Hay grupos sociales en los que la venganza tiene cierta cabida y otros en los que está totalmente fuera de lugar y se condena moralmente.
Desde el punto de vista psicológico, hay rasgos de personalidad que favorecen su aparición y cuando surge de forma recurrente constituye un signo de alarma de la posible existencia de una patología. En palabras de Diana Camín, psicóloga de bluaU Sanitas, la venganza “parte de la experiencia humana y puede surgir en diversas circunstancias”. Sin embargo, “la intensidad y la frecuencia de la pulsión varía de una persona a otra y depende de factores individuales y contextuales”.
Cristina Alfaraz, directora y psicóloga de Mentalia Vitoria, explica que los procesos psicológicos “que acompañan a este deseo de venganza son conductuales (por la ejecución de comportamientos y conductas que se realizan); emocionales (dadas las sensaciones subjetivas del malestar que algo ha producido) y cognitivos (pensamientos, normalmente irracionales, negativos y catastróficos de la situación vivida).
Factores que influyen en el deseo de venganza
Camín apunta los 5 proceso clave que suelen estar detrás del impulso de venganza:
Percepción de injusticia
En ocasiones, este deseo surge cuando una persona percibe que ha sido tratada injustamente. Con ello, se activan emociones intensas como la ira, la frustración o la impotencia.
Afrontamiento
La venganza también se percibe como una forma de restaurar el equilibrio y recuperar el control después de una experiencia negativa. Para algunas personas, dar con ella es una estrategia de afrontamiento para lidiar con el dolor emocional.
Respuesta a la amenaza a la autoestima
Si la acción que originó el deseo de venganza amenaza la autoestima de la persona, buscarla suele ser una manera de restaurar esa autoestima y sentirse nuevamente en la senda del control.
Falta de empatía
La falta de comprensión hacia la persona percibida como responsable de la injusticia contribuye al ansia de venganza. La dificultad para entender o compartir las experiencias y emociones de los demás es lo que incrementa la propensión a querer hacerles daño.
Cogniciones distorsionadas
Atribuir intenciones maliciosas a otros, que alimentan el hambre de venganza. Los pensamientos negativos y las interpretaciones erróneas intensifican las emociones negativas.
Rabia, ira y enfado como sentimientos de fondo
El deseo de venganza está estrechamente relacionado con tres emociones que suelen actuar como catalizadores y lo impulsan.
Ira
Es una emoción poderosa que a menudo surge en respuesta a una percepción de injusticia o amenaza. “Esta emoción moviliza a una persona a actuar y la sed de venganza es una manifestación de esa acción impulsada por la ira”, resalta Camín. “Ésta es una respuesta inmediata a la injusticia, mientras que el deseo de venganza es probable que sea una respuesta más duradera que persiste en el tiempo”.
Rabia
La rabia es, según la psicóloga de Sanitas, “una forma más intensa y extrema de ira”. Cuando la ira se vuelve crónica o intensa, se convierte en rabia. Por lo tanto, la rabia “está vinculada al deseo de venganza como una manera de canalizar y expresar esa intensa emoción”.
Enfado
La voluntad de venganza puede ser una expresión del enfado acumulado. “Si las personas sienten que han sido agraviadas o tratadas injustamente, aparece como una respuesta natural al disgusto acumulado por esas experiencias”, expresa Camín.
Rasgos de personalidad más ‘vengativos’
La predisposición para sentir o no el deseo de venganza puede venir determinada, según expone Alfaraz “por la impulsividad, es decir, por la necesidad imperiosa e inmediata de obtener una respuesta a las emociones y pensamientos”. Asimismo, tienen una mayor propensión “las personas con una baja tolerancia a la frustración y que presentan un déficit en gestión emocional”.
Tanto en la literatura científica como en el manual de diagnóstico y clasificación de los trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, el DSM-5, se describen ciertos rasgos -que se engloban dentro del denominado clúster B- que podrían estar más relacionados con este tipo de impulsos:
Inestabilidad emocional.
Dramatismo.
Imprevisibilidad de conductas.
Actitudes no empáticas hacia los demás.
No obstante, estos rasgos no garantizan que una persona sentirá sed de venganza de forma constante.
Signos de alerta de un deseo de venganza descontrolado
Sentir enfado, ira e, incluso, deseo de venganza en ocasiones puede considerarse normal. El verdadero problema surge cuando se presentan de forma reiterada. “La necesidad persistente y extrema de venganza habitualmente indica dificultad en la gestión emocional o, en casos muy extremos, presencia de algún tipo de patología, especialmente si afecta significativamente al funcionamiento diario y las relaciones”, recalca Camín.
Para Alfaraz, “algo se convierte en patológico cuando la frecuencia, intensidad o duración de un pensamiento, emoción o conducta no se ajusta con respecto a lo que se espera como algo normalizado”. Si esto lo unimos “a los deseos de venganza, hablaríamos de algo patológico cuando no hemos gestionado bien las emociones y pensamientos y hemos dado paso a una conducta que ha perjudicado gravemente a terceros”.
En resumen, los signos de alerta más destacados son los siguientes:
Persistencia e intensidad del deseo de venganza.
Comportamientos agresivos.
Aislamiento social.
Dificultades en la regulación emocional.
Indiferencia o ausencia de remordimientos.
Baja tolerancia a la frustración.
Cuando estas señales se presentan de manera evidente, las expertas consideran necesario buscar ayuda profesional y ponerse en manos de un psicólogo o psiquiatra.
Cómo controlar el impulso de venganza
Para los casos que todavía no están fuera de control, existen distintas herramientas destinadas a aplacar el deseo de venganza. Estas son las recomendaciones de las psicólogas:
Fomentar el autoconocimiento y la reflexión sobre las motivaciones subyacentes.
Compartir los sentimientos con personas de confianza.
Practicar técnicas de relajación.
Fijar límites personales.
Enfocarse en el autocuidado.
Buscar soluciones alternativas, como la resolución de conflictos y la consideración del perdón.
Tener en cuenta que no es bueno guardar el dolor y el sufrimiento porque eso nos puede llevar a pensamientos cíclicos, negativos y distorsionados.
Autorrealizarse preguntas como: ¿Merece realmente la pena? ¿Esto qué ha sucedido es tan importante para mí? ¿Vengarme va a satisfacer este dolor o cambiará algo?