¿Se puede prevenir el desarrollo de Alzheimer con la alimentación? Sí, pero no es una bala mágica. Ante todo, hay que tener en cuenta que todavía se desconoce la causa principal de esta demencia, aunque cada vez hay más evidencia científica de que se origina por una combinación de factores de riesgo modificables y no modificables (la edad, la genética). Respecto a los primeros, hay estudios que muestran que en torno a 1 de cada 3 casos de Alzheimer podría evitarse con la adopción de hábitos de vida saludables, como la práctica de ejercicio físico de forma regular, la actividad cognitiva, las relaciones sociales, un sueño reparador y, por supuesto, una dieta saludable.
Investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) acaban de publicar un estudio que demuestra que una dieta poco saludable se asocia con alteraciones cerebrales similares a las del Alzheimer en personas sanas. Publicado en GeroScience, el nuevo trabajo aborda la relación entre un patrón de alimentación, conocido como dieta DASH (Dietary Approaches to Stop Hypertension o Enfoques Alimentarios para Detener la Hipertensión) y la medición de la actividad cerebral mediante la técnica denominada magnetoencefalografía (MEG).
Dieta DASH y actividad cerebral
La investigación se realizó con una muestra de 179 adultos de entre 41 y 81 años de edad. Se analizó su menú diario y fueron clasificados según su grado de adherencia a la dieta DASH. Un bajo seguimiento de este patrón dietético se asoció a una menor probabilidad de tener una actividad elevada en zonas del cerebro como el precúneo, hipocampo o zonas mediales frontales, que pertenecen a lo que se conoce como red neuronal por defecto. Esta red se activa de forma espontánea en reposo cuando realizamos tareas mentales internas como soñar despiertos, imaginar eventos futuros, divagar o recuperar recuerdos puntuales del pasado. Las regiones cerebrales que la componen se ven afectadas de manera temprana en la enfermedad de Alzheimer.
“Este resultado tiene una gran importancia, ya que supone que aumentar la adhesión a este tipo de patrón dietético puede favorecer un buen funcionamiento cerebral en gente sana y, potencialmente, incluso prevenir el deterioro del cerebro”, destaca Alejandra García Colomo, investigadora del Departamento de Psicología Experimental, Procesos Cognitivos y Logopedia de la UCM. Las alteraciones en el funcionamiento cerebral preceden en muchos años al deterioro cognitivo y las alteraciones estructurales, por lo que identificarlas en personas sanas “nos da una ventana temporal de oportunidad para mejorar la función y, potencialmente, prevenir, frenar o modificar la progresión”, añade la investigadora de la UCM.
En qué consiste la dieta DASH
La dieta DASH está avalada por múltiples estudios que respaldan su utilidad para reducir la hipertensión y el riesgo de enfermedad cardiovascular. A ello habrá que sumar su eficacia frente al deterioro cerebral, muy relacionado con esas patologías.
Es muy parecida a la dieta mediterránea, ya que se basa en el consumo abundante de frutas, verduras, frutos secos, cereales integrales, legumbres, pescado y carnes blancas. También busca reducir las grasas saturadas, los ultraprocesados, las carnes rojas, las bebidas azucaradas y el consumo de alcohol. Y además hace especial hincapié en dos medidas muy útiles para reducir la presión arterial: reducir el consumo de sal y optar de forma preferente por los lácteos desnatados frente a los enteros. Además, fomenta los alimentos ricos en calcio, potasio, magnesio y fibra que, al combinarse, ayudan a disminuir la presión arterial.
Por otra parte, esta dieta no se centra en fomentar de forma exclusiva el aceite de oliva sino, en general, los aceites vegetales, entre los que también se incluyen los de girasol, soja o maíz. Al mismo tiempo, desaconseja las grasas animales, como puede ser la mantequilla.
Bibliografía
Trabado-Fernández, A., García-Colomo, A., Cuadrado-Soto, E. et al. (2024). Association of a DASH diet and magnetoencephalography in dementia-free adults with different risk levels of Alzheimer’s disease. GeroScience. DOI: 10.1007/s11357-024-01361-3